La
producción cinematográfica en el Caribe insular en el siglo XX: décadas del
70-80.
A inicios de la década del 70 se vieron las primeras
producciones de las Antillas francesas, con Le
Retour, de Christian Lara. La historia de un
guadalupeño que estudiaba en Francia. Un corto de 20 minutos y en blanco y
negro rodado en escenarios de Guadalupe, cuyo tema central aborda cómo los
caribeños viven la experiencia del exilio en las grandes ciudades del mundo
desarrollado. Un tema recurrente en muchas producciones posteriores de los
cineastas del área, que producen sus trabajos mientras viven en el «exilio».
Christian Lara, probablemente es el que más ha hecho para que la mayoría de las
películas salgan de Guadalupe. Comenzó su carrera con Coco la Fleur Candidat (1978), uno de los primeros filmes en
incorporar el creole. Lara usa una historia sobre las elecciones para explorar
la situación en su país.
La contribución de Surinam al
cine de la región comenzó por igual en los 70, con filmes como Wan Pipel (1976) de Pim de la Parra. La
historia de un negro surinamés que estudia en Holanda y retorna a su hogar para
cuidar a la madre enferma, momento en que se enamora de una joven hindú. De la
Parra usa las tres lenguas indígenas del país mientras explora el tema de los
prejuicios, las relaciones raciales y la diversidad cultural en tono de
comedia.
La película más exitosa de la
década, celebrada en los circuitos internacionales se hizo en Jamaica, The Harder They Come (1973). El filme jamaicano arquetípico en cuanto a la
descripción de las realidades de la clase negra trabajadora, fue dirigido por
un jamaicano blanco, Perry Henzell. Rodada a modo de documental
provee del retrato más realista de la cultura, la vida y los problemas que
enfrentaban los jamaicanos de los 70. En medio de barrios marginales y las
pulsaciones del ritmo musical del reggae, la trama gira en torno a Iván, un
chico del campo que llega a la ciudad con la ilusión de convertirse en un
cantante famoso. Fue vista por muchos como una dura película
de gánster basada en la historia de
una vida real fuera de la ley de Jamaica.
The
Harder They Come fue criticada por su crudo retrato
del reinado del crimen y la violencia en un momento en que el país estaba
tratando de desarrollar su imagen como destino turístico. Sin embargo, el mayor
aporte de Henzel fue evitar las imágenes románticas de Jamaica que se encuentran en muchas producciones de Hollywood y mantenerse fiel a
su ideal de permitir a la gente a verse a sí mismos y a su isla, a través de
sus propios ojos.
La filmación en Jamaica y otras
países continuó en los 80, con obras tales como Anita (1982), de Rassoul Labuchin y Felix de Rooy con Almacita di Desolato (Curazao, 1986). De
la docena o más películas de Rooy, esta se mantiene como una de sus más
creativas y reconocidas. Rodada en Curazao y con la utilización del papiamento, revela las
habilidades de Rooy como pintor para componer una
historia basada en la lucha entre las fuerzas de la creatividad
y la destrucción en una comunidad afrodescendiente. Este es un ejemplo
de las narrativas influidas por la oralidad propia de los griots africanos, donde el director teje leyendas desde Curazao, Aruba y
Bonnaire.
Al igual que Felix de Rooy,
Labuchin hizo su primera película, Anita,
usando también su mundo creativo como poeta para explorar el terreno de la
educación, la servidumbre física y mental a las creencias del vudú. Su
película, que ha hecho historia dentro y fuera de Haití, ganó varios premios
locales, como un Coral en el Festival Internacional del Nuevo Cine
Latinoamericano de 1983, en La Habana, y se convirtió en punto de referencia en
el extranjero. Por otra parte, el único método de distribución de la película resultó consecuencia de la fuerte censura del mercado
que marcó «un punto de inflexión en la historia del cine
haitiano, rompiendo la asfixiante red comercial para
construir una audiencia real entre las masas», según opinó el crítico de cine
Lafontant Medard en su momento.
Quizás entre los más conocidos de
Haití estén Raoul Peck y Elsie Haas; ambos trabajan fuera de su isla nativa y
han triunfado en Hollywood. El repertorio inicial de Haas incluye La Seconde Manche (1979), La Ronde des Tap-Tap (1986), La Ronde des Vodus (1987) y No Comment (1988). Ronde des Vodus ganó un reconocimiento internacional por hacer un
balance crítico de la imagen de la antigua religión vudú que no había sido
tratada con propiedad en otros filmes, como en los de Maya Deren. Se trata del
lugar del vudú en la cultura, la historia y la política de Haití, el filme creó
un «retrato bastante completo y en movimiento de la sociedad y las personas que
luchan por negociar un legado de opresión y negación.» (CHAM: 1992, 28)
Rassoul
Labuchin describe Haitian Corner de
Raoul Peck como «la mejor jamás realizada por un haitiano». La
película se rodó en las calles de Brooklyn, y trata del abuso del poder y su
efecto en los demás,
y de cómo las personas afectadas
aprenden a enfrentar y superar los sentimientos de venganza y de ira. Es una crítica abierta a los abusos cometidos entre haitianos
durante el régimen dictatorial de Duvalier y un ejemplo de la diáspora
cinematográfica. La cinta ha sido vista por grandes audiencias en Haití y en el
resto del mundo. Peck se ha convertido en un cineasta aclamado en todas partes,
en la actualidad trabaja en Hollywood.
La
segunda película caribeña de mayor éxito en los 80 fue Rue Cases-Nègres (1983), de la directora Euzhan Palcy. El filme es el
resultado de la adaptación de la novela de Joseph Zobel. Como sus compañeros
cineastas de
la isla, Palcy evita las habituales
imágenes de la isla exótica y fija la película en el
entorno real de la gente; simple en su estilo hasta en el empleo de los tonos
sepias. Rue Cases-Nègres encierra la
esencia de la novela y el espíritu de la cultura martiniquesa y por extensión
el de los caribeños. Particularmente se nota en el empleo que hace Palcy del créole a lo largo del metraje.
También el sincretismo ha sido un
recurso estético y temático crucial en el espacio del Caribe y en el cine
latinoamericano. El tema es anterior al cine y deja una estela de neologismos
que evocan la mezcla: mestizaje, creolité, antillanité, transculturación,
caribeñismo. En la película Ava y Gabriel
(1990), de Felix de Rooy, entran a jugar estas cuestiones de sincretismo
artístico, mestizaje y colonialismo. La historia refiere un pintor negro en la
Curazao de 1948, dominada por los holandeses, que quiere pintar una santa
negra. El sincretismo en Ava y Gabriel no
es sólo pictórico, sino también lingüístico, ya que el diálogo es en varias
lenguas: holandés, español e idiomas africanos. La película ganó el Premio del
Jurado en el Festival
Internacional del Nuevo Cine Latino Americano, La Habana, 1990.
En la película Un pasaje de ida (1988), de Agliberto
Menéndez, República Dominicana se tiene un valioso modelo de lo que puede ser
esta filmografía. Pronto aparecieron más largometrajes de ficción como Nueba Yol (1995), de Ángel Muñiz; Para vivir o morir (1996), de Radel
Villalonga y Cuatro hombres y un ataúd
(1997), de Pericles Mejías.
Por su parte Puerto Rico aporta realizaciones de
Diego de la Texera (Culebra, al comienzo,
1971), de Mike Cuesta (Angelitos negros,
1976), Luis Molina Casanova (Cuentos de
Abelardo, 1989 y La Guagua aérea,
1993). También en este «Estado libre asociado», el despegue hacia un cine
cualitativamente nuevo, se sitúa en los finales de la década del setenta con Palomilla (1969) e Isabel, la negra (1970), ambas de Efraín López Neris.
Para Luis Antonio Rosario Aquiles cuando se habla de
un cine puertorriqueño que se empeña en ser distinto opina: «La categoría de
nacionalidad se desprende de un cuadro de posibilidades combinadas: que los
creadores o sus padres, hayan nacido en Puerto Rico, que ese haya sido el lugar
de crianza y educación, y que la obra desprenda su adopción de la vida y la
cultura del país y que, aun cuando no tenga estas características, revele una
temática y una vigencia significativamente puertorriqueña».
Hay que tener en cuenta que la isla, subordinada a los designios de Estados
Unidos, también dispone la mayor capacidad de su infraestructura técnica y
servicios para la producción cinematográfica de ese país.
Las películas de Jacobo Morales intentan retratar
los conflictos de su tierra. Morales es uno de los realizadores más reconocidos
en Puerto Rico. Su filme Lo que le pasó a
Santiago (1989) logró estar entre las cinco finalistas al Oscar en el mejor
título de habla no inglesa. También sobresale en ese periodo, Marcos Zurinaga
con la película de 1986, La gran fiesta.
Los ejemplos anteriores son un
claro testimonio de que, entre las décadas del 70 y del 80 del siglo pasado, cuando
muchos países caribeños alcanzaron su independencia política, fue cuando se
comenzó a producir una mayor cantidad de filmes que reflejaron la realidad. A pesar
de la pequeñez de los recursos y el poco capital, estos creadores han producido
excelentes trabajos, pero la mayoría de ellos no han alcanzado una audiencia
masiva ni en el Caribe ni en otros países.
La historia del cine
caribeño y la relación de nombres claves de directores, actores y actrices de
esa región, permanecen desconocidos para casi todos los públicos, incluido el
caribeño.
Insisto a todos los lectores. El interés principal es
contribuir a visualizar la historia y la actualidad de esta producción desde
este blog.
Yane
MEDARD, J. M., «Anita, sueño y realidad del
pueblo haitiano», La Habana, Revista Cine
Cubano, No. 112, 1985, p. 79.
CHAM, M., «Shape
and shaping of Caribbean Cinema», Ex-Iles:
Essays on Caribbean Cinema, New Jersey, Africa World Press, 1992, p. 28.
Entre
sus películas más recientes están Lumumba (2000), Sometimes
in April
(2005) y Molock Tropical (2009), con
la que sigue cavando en la problemática sociopolítica de su país, al narrar las
últimas veinticuatro horas de un poder antes de su caída. El rodaje que se
desarrolla íntegramente a la Ciudad de La Ferrière, palacio-fortaleza
construido al siglo XIX por el Rey Henry Christophe en el norte de Haití.